Esa creencia, que el hombre procede del polvo, o del barro, era válida en aquellos tiempos donde se desconocía el genoma humano y la ignorancia reinaba. Pero teniendo en cuenta la ciencia actual, es inaceptable que la generación de este siglo, la que se puede enterar de los avances de la ciencia y del desarrollo de la tecnología integral, siga creyendo que un código genético pueda proceder del polvo, del latín pulvus, de esa parte más menuda y deshecha de la tierra muy seca, que con cualquier movimiento se levanta en el aire. Hoy se tiene conocimiento que el genoma humano contiene la totalidad de la información genética almacenada en el ADN de las células. Con base en esa información la generación del siglo XXI está en condiciones de saber que cada persona tiene su propio genoma, el cual guarda una gran similitud con todos los de su propia especie, y que esa información se encuentra almacenada en todas y cada una de las células que le define y le identifica como ser único e independiente. Se le conoce como su patrimonio genético o genoma.
El genoma humano es, pues, el gran libro de la vida que contiene las instrucciones que determinan las características físicas y en parte psicológicas e intelectuales del individuo. Creer que el hombre procede del polvo o el barro o aun del simio como lo afirma Darwin es insultar la inteligencia y sabiduría de Dios. No es justo que la generación de este siglo XXI sigan “patinando en la mayonesa” con respecto a creencias originadas en gentes que en años y épocas anteriores lo pensaron así, guiados más bien por sus mentes religiosas o místicas, agravado por el hecho de que no tenían las herramientas tecnológicas que están al alcance del hombre en los tiempos presentes, complementado por los avances de la ciencia, la arqueología y la genética. El genoma humano, más bien, sepulto en el barro, en el polvo, la teoría de Darwin, como también la que estuvo vigente por tanto tiempo como fue la de que el hombre había sido creado del polvo de la tierra, es triste que aún para muchas personas sigan vigentes esas teorías erróneas, ya suficientemente sopesadas y dejadas sin fundamento alguno por la ciencia.
Ese código genético HOMBRE (Adam), el Hijo (fruto, resultado) del Hombre (código genético Adam), el cual está representado por Jesús, el prototipo (primogénito) de ese código, testifica, que el Adam no procede sino del Creador.
Jesús el unigénito procedió de la información genética del Padre, pero en su calidad y condición de primogénito de ese código genético fue introducido a este mundo mediante la mujer para que naciera bajo la ley, por causa de la rebelión satánica, aunque “fue destinado para ser manifestado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”. (1 Pedro 1:20)
“Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los mensajeros de Dios” (Hebreos 1:6)
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”. (Gálatas 4:4-5)
Esto es lo que esta revelado por las Sagradas Escrituras y sustentado por la ciencia. El ser humano, por ignorar el problema al que está abocado su entorno y su propia existencia en términos de eternidad, carece del conocimiento debidamente focalizado acerca de la rebelión del Querub, llamado Satán. Ese evento, el de la transgresión, llámese en griego pecado, por desconocimiento del hombre queda relegado a un plano que favorece los intereses de Satanás.
Nosotros como coherederos con Cristo no debemos desconocer lo que Dios precisamente quiere que sepamos, sobre todo respecto de las cosas de arriba; y estando ya advertidos de buscar primeramente el reino de los cielos y su justicia, ¿Por qué aferrarnos a los postulados errados en muchas facetas de las denominaciones de cualquiera de las religiones existentes? (Incluyendo el “Cristianismo” en formato de religión). Si estos no acatan lo que el misionero Pablo nos exhorta: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde esta Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. (Colosenses 3: 1-4)









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