GRATITUD


Cuando doy gracias  y perdono mientras   cierro los ojos y descanso en el silencio, recuerdo mi inocencia y por ende la de todos. Por lo tanto, si me siento atacado o con deseos de atacar, solo tengo que retornar la mente a ese espacio de manera que pueda recordar que ese ataque que siento o que extiendo, no existe solo que en mi imaginación. Por lo tanto tengo el poder de elegir de nuevo la paz en ese “espacio” (estado), para recordar mi inocencia. Así extenderé  esa inocencia a todo, ya que estoy viendo al "mundo" a través de mi inocencia.

Eso no significa que si otra persona en el mundo de las formas (este mundo ilusorio que creemos es nuestra realidad) me ataca, o se siente atacada por mí, ya sea porque dije algo o hice algo que le molestó, vaya a cambiar su comportamiento, sino que al yo reconocer que lo que siento es mi interpretación (percepción) de la situación; tengo el poder de elegir otra manera de ver el comportamiento de mi hermano al invitar  a  nuevo maestro (Espíritu Santo, Cristo o mi ser) y no al sistema de creencia por el que me sigo ahora (ego). Y así poder experimentar esa paz que nada ni nadie en el mundo puede tocar “que sobre pasa todo entendimiento”.

Para que esta práctica pueda de verdad funcionar, hay que de corazón estar dispuesto a mirar todas las oscuridades (ira, resentimiento, miedo, carencia, envidia, angustia, sufrimiento, etc.) que surgen sin culpar ni justificar nuestra posición. De tal modo que toda experiencia se convierte en una gran oportunidad para sanar y perdonar. Todo hermano cuyo "ataque" aparenta ser doloroso para nosotros, es nada más que otra oportunidad para mirar en nuestro interior y sanar algo que nos libera, por lo tanto, ese "ataque" percibido, fue la llave de nuestra libertad, porque fue nada más que otro obstáculo que se trajo a la superficie para ser sanado.

Demos gracias y perdonemos a todo aquel que de alguna manera me haya hecho sentir dolor o incomodidad, pues solo estaba ejecutando su papel de ayudarme a mí a liberarme de mi ira, de mi rencor, de mi dolor, de mi sentido de víctima, de mi injusticia hacia mí mismo, de todo lo que creía me molestaba de ellos, que era como trataba de despojarme de mi culpa al proyectarla en otros.

REALIDAD O ILUSIÓN 2


Solo las mentes se pueden realmente unir, y "lo que Dios ha unido, ningún hombre lo podrá desunir" (T-17.III.7). Es, sin embargo, solo en el nivel de la Mente Cristo que la verdadera unión es posible, y de hecho, nunca se ha perdido. El "pequeño yo" (ego) busca mejorarse obteniendo del mundo externo aprobación, las posesiones y el "amor". El Ser Que Dios creó no necesita nada. Es por siempre completo, seguro, amado, y amoroso. Busca compartir en lugar de recibir, extenderse en lugar de proyectar. No tiene necesidades y desea unirse a otros a partir de una mutua conciencia de la abundancia. 

Las relaciones “amorosas” especiales que se establecen en el mundo son destructivas, egoístas, e infantilmente egocéntricas. Aunque, si se les ofrece al Espíritu Santo, estas relaciones pueden llegar a convertirse en las cosas más sagradas de la Tierra: los milagros que señalan el camino de regreso al Cielo. El mundo utiliza sus relaciones especiales como un arma final de exclusión y una demostración de la separación. El Espíritu Santo las transforma en lecciones perfectas de perdón y en un despertar del sueño. Cada una es una oportunidad para dejar que las percepciones sean sanadas y los errores corregidos. Cada una es una nueva oportunidad para perdonarse a sí mismo al perdonar a otros. Y cada una se convierte aún más en otra invitación al Espíritu Santo y al recuerdo de Dios. 

La percepción es una función del cuerpo, y por ende representa una limitación de la conciencia. La percepción ve a través de los ojos del cuerpo y oye a través de los oídos del cuerpo. Evoca las limitadas reacciones que el cuerpo emite. El cuerpo aparenta ser altamente autónomo e independiente, sin embargo tan solo responde a las intenciones de la mente. Si la mente desea utilizarlo para atacar de cualquier forma, se convierte en presa de la enfermedad, del envejecimiento y del decaimiento. Si la mente acepta el propósito del Espíritu Santo para este en su lugar, este se convierte en una forma útil de comunicarse con otros, invulnerable en cuanto sea de utilidad, y para ser dejado a un lado dulcemente cuando haya servido su propósito. De por sí, el cuerpo es neutro, como lo es todo en el mundo de la percepción. Bien sea que se utilice para los propósitos del ego o del Espíritu Santo, esto depende enteramente de lo que la mente desee.


Lo opuesto a ver a través de los ojos del cuerpo es la visión de Cristo, la cual refleja la fortaleza en lugar de la debilidad, la unidad en vez de la separación, y el amor en lugar del miedo. Lo opuesto a oír con los oídos del cuerpo es comunicarse con la Voz que habla por Dios, el Espíritu Santo, el cual habita en cada uno de nosotros. Su Voz parece distante y difícil de oír porque el ego, el cual habla a favor del yo falso y separado, parece ser mucho más audible. Esto en realidad es al revés. El Espíritu Santo habla con una inconfundible claridad y una atracción sobrecogedora. Nadie que no elije identificarse el cuerpo podría posiblemente ensordecerse a Sus mensajes de liberación y esperanza, ni tampoco podría dejar de aceptar gozosamente la visión de Cristo en un feliz intercambio por esa miserable imagen de sí mismo.


La visión de Cristo es el regalo del Espíritu Santo, alternativa a la ilusión de la separación y a la creencia en la realidad del pecado, la culpabilidad, y la muerte. Es la única corrección para todos los errores de percepción, la reconciliación de los aparentes opuestos sobre los cuales se basa el mundo. Su dulce luz muestra todas las cosas desde otro punto de vista, reflejando el sistema de pensamiento que se eleva a partir del conocimiento y haciendo el retorno a Dios no solo posible sino inevitable. Lo que se percibía como injusticias perpetradas a unos por los otros, ahora se convierte en llamados de ayuda y de unión. El pecado, la enfermedad, el ataque son vistos como errores de percepción, clamando por el remedio a través de la dulzura y el amor. Las defensas se dejan a un lado pues donde no hay ataque no hay necesidad de ellas. Las necesidades de nuestros hermanos se convierten en las nuestras propias, pues ellos caminan el sendero con nosotros en nuestro camino hacia Dios. Sin nosotros ellos perderían su camino, y sin ellos no podríamos nosotros nunca encontrar el nuestro.

El perdón es desconocido en el Cielo, donde la necesidad de este sería inconcebible. Sin embargo, en este mundo, el perdón es una corrección necesaria para todos los errores que hemos cometido. Ofrecer el perdón es la única manera que nos queda de tenerlo, pues este refleja la ley del Cielo que dar y recibir son una misma cosa. El Cielo es el estado natural de todos los Hijos de Dios tal como El los Creó. Esa es su realidad por siempre y no ha cambiado aunque nos hayamos olvidado de ella.


El perdón es el medio que nos permitirá recordar. A través del perdón el pensamiento del mundo es cambiado. El mundo perdonado se convierte en el umbral del Cielo, porque a través de su misericordia podemos finalmente perdonarnos a nosotros mismos. Al no mantener a nadie prisionero de la culpabilidad, nos hacemos libres. Reconociendo al Cristo en todos nuestros hermanos, reconocemos Su Presencia en nosotros mismos. Olvidando todo error de percepción, y con nada del pasado que nos arrastre hacia aquel, podemos recordar a Dios. Más allá no puede ir el aprendizaje. Cuando estamos listos, Dios Mismo toma el paso final en nuestro regreso a El. (Tomado de UCDM, prefacio)

REALIDAD O ILUSIÓN 1



Nada real puede ser amenazado.
Nada irreal existe. 
En esto radica la paz de Dios.
 
Para poder aceptar este enunciado. Debemos entender la diferencia que hay entre lo real y lo irreal; entre el conocimiento (real) y la percepción (irreal).


El conocimiento es la verdad y está regido bajo una ley: la ley del amor o Dios. La verdad es inalterable, eterna y sin ambigüedad. Aunque algunos no la reconozcan, no puede ser cambiada. Se aplica a todo lo que Dios creó y solo lo que El creó es real. La verdad está más allá de todo aprendizaje porque está más allá del tiempo y los procesos. No tiene opuestos, ni principio ni fin. Simplemente es.

El mundo de la percepción, es el mundo del tiempo, de los cambios, de los comienzos y los finales. Se basa en interpretaciones, no en hechos. Es el mundo nacimientos y muertes, basado en la creencia en la escasez, la pérdida, la separación y la muerte. Es un mundo que aprendemos, en vez de algo que se nos da, es selectivo en su énfasis perceptual, inestable en su funcionamiento, e impreciso en sus interpretaciones.


A partir del conocimiento y de la percepción respectivamente, se levantan dos distintos sistemas de pensamiento los cuales son opuestos en todos los aspectos. En el ámbito del conocimiento no existe pensamiento alguno aparte de Dios, porque Dios y Su Creación comparten una sola Voluntad. El mundo de la percepción, sin embargo, está basado en la creencia en los opuestos (dualidad) y las voluntades separadas que se hallan en conflicto perceptivo entre ellas, y entre ellas y Dios. Lo que la percepción ve y oye aparenta ser real porque solo admite en la conciencia  aquello que  concuerda con los deseos del que lo percibe. Esto da lugar a un mundo de ilusiones, un mundo que necesita constante defensa precisamente porque no es real.


Una vez que alguien queda atrapado en el mundo de la percepción, está atrapado en un sueño. No puede escapar sin ayuda, porque todo lo que sus sentidos demuestran simplemente da testimonio a la realidad del sueño. Dios ha provisto la Respuesta, el único medio de escape, el verdadero ayudante. La función de Su Voz - Su Espíritu Santo – es mediar entre estos dos mundos. Él puede hacer esto porque, mientras que de un lado El conoce la verdad, del otro El también reconoce nuestras ilusiones, pero sin creer en ellas. El objetivo del Espíritu Santo es ayudarnos a escapar del mundo de los sueños, enseñándonos como cambiar nuestra manera de pensar y como corregir o desaprender nuestros errores. El perdón (des-hacimiento) es la gran herramienta de aprendizaje del Espíritu Santo para llevar a cabo ese cambio en nuestra manera de pensar.

El mundo que vemos simplemente refleja nuestro marco de referencia interno: las ideas predominantes, los deseos y las emociones de nuestras mentes. "La proyección da lugar a la percepción" (T-21.Int.). Primero miramos en nuestro interior y decidimos qué clase de mundo queremos ver; luego proyectamos ese mundo afuera y hacemos que sea real para nosotros tal como lo vemos. Lo hacemos realidad a través de nuestras interpretaciones de lo que aparentemente vemos. Si utilizamos la percepción para justificar nuestros propios errores; nuestra ira, nuestros impulsos de ataque, nuestra falta de amor en cualquier forma que esta se manifieste; veremos un mundo de maldad, destrucción, malicia, envidia y desesperación.


Debemos aprender a perdonar todo esto, no porque estemos siendo "bondadosos" ni "caritativos", sino porque lo que estamos viendo no es verdad. Hemos distorsionado la verdad proyectando y precibiendo un mundo ilusorio, con nuestras retorcidas defensas y por consiguiente vemos lo que no está allí. En la medida que aprendemos a reconocer nuestros errores de percepción, aprendemos también a mirar más allá de ellos o a "perdonar". Simultáneamente nos perdonaremos a nosotros mismos, al mirar más allá de nuestro distorsionado concepto de nosotros mismos, y así  ver el Ser que Dios creó en nosotros,  como nosotros.

El pecado se define como una "falta de amor" (T-1.4.7). Puesto que el amor es lo único que es o existe, el pecado para el Espíritu Santo es un error que debe ser corregido, en vez de una maldad que debe ser castigada. Nuestra sensación de insuficiencia, de debilidad, y de ser incompletos procede del gran valor que le hemos otorgado al "principio de la escasez" el cual gobierna el mundo  de las ilusiones. Desde ese punto de vista buscamos en otros lo que concideramos que  nos falta a nosotros "Amamos" a otro con el fin de ver que podemos sacar de él. Eso, de hecho, es lo  que llamamos  amor en el mundo de los sueños. No hay error más grande que ese, pues el amor es incapaz de pedir nada.
(Tomado de UCDM, prefacio)

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